viernes, 25 de octubre de 2013

PRINCESAS Y CASTILLOS

Era martes y fuera llovía. Claudia cruzó el umbral de la puerta con su pequeña Alba en brazos y se detuvo durante unos segundos observando aquella habitación. Hacía años que no dormía en un hotel y el lugar se le antojó seguro y cálido. Dejó a su hija en una de las camas viendo la televisión y sacó de la maleta dos pijamas y una muda limpia. No se había llevado mucho, sólo lo más importante: a ella misma y a su pequeña.
Ya habían cenado unos bocadillos antes de instalarse y ahora solo necesitaban descansar. Mañana les esperaba un día largo. Claudia bañó a la niña, le ayudó a meterse en la cama y le leyó un cuento de princesas y castillos, el que le leía cada noche, el que más le gustaba.
Cuando la pequeña Alba se quedó dormida, Claudia empezó a llenar la bañera, esta vez para ella. El día había sigo duro y necesitaba unos minutos para pensar. Se quitó la ropa delante del espejo y se asustó de lo que le enseñó su reflejo. Casi no se reconocía. Había adelgazado mucho el último año y las ojeras, y los moratones de su espalada le daban un aspecto difícil de de mirar. No quiso regocijarse en esa imagen y se metió rápidamente a la bañera. Se enjabonó y decidió que aquel baño quitaría, no sólo la suciedad que tenía su cuerpo, si no también la que arrastraba su mente.
Su abogado le había dicho que no tendría problemas para quedarse con el piso pero ella no lo quería, al menos no de momento. Aprovecharía el verano para irse a casa de sus padres y disfrutar de la playa con su familia, con la de verdad. A Alba le encantaría. Casi no se había llevado ropa pero ya había hablado con su hermana para que les comprara algunos conjuntos bonitos, con colores, de los que parecen más bonitos todavía cuando les da el sol. Luego dejó de pensar, se sumergió totalmente en el agua y se sintió en paz. Después de varias inmersiones, divirtiéndose intentando aguantar la respiración lo máximo posible, salió de la bañera con los dedos arrugados y se cubrió con la toalla.
Deseó borrar los tres últimos años de su vida, volver a la facultad, a las fiestas, a la despreocupación…entonces miró a Alba, tan dulce y frágil. Y pensó que era lo mejor que le había pasado nunca. Y sonrió.
Se puso el pijama y se recostó junto a Alba, había dos camas en la habitación, pero Claudia necesitaba notar aquella noche el calor de su hija, quería poder abrazarla. Le quitó el cuento de las manos y arropó a la niña. Se detuvo unos instantes a mirar los dibujos de la portada de aquel libro; vio un vestido rosa y un cielo azul y un príncipe montado en un bonito corcel a los pies de una alta torre…y luego lloró hasta quedarse dormida.
Esa noche soñó con princesas y castillos.
A la mañana siguiente se despertaron temprano, el tren salía a las nueve y Claudia quería poder desayunar tranquila antes de empezar el viaje. Guardó en la maleta las pocas cosas que había sacado la noche anterior, se vistieron, se peinaron y dejaron la habitación.
Desayunaron en el hotel, el olor a café recién hecho era envolvente. Claudia miraba a Alba y la sonreía mientras ésta le cantaba una canción que había aprendido en el colegio. La pequeña se relamía comiendo dulces.
Sobre las ocho marcharon del hotel camino de la estación. Alba estaba feliz, le gustaba estar de vacaciones y tenía ganas de llegar a la playa y poder bañarse. Claudia la cogió de la mano fuerte, muy fuerte. Hoy empezaban un gran viaje, uno de esos que cambia tu vida para siempre, que te ayuda a seguir adelante, que te hace fuerte.

Era miércoles y hoy brillaba el sol.